Eran otros tiempos, pero aún a día de hoy el Mirador de Ordiales, el reino encantado de los rebecos y las águilas, como reza en el epitafio del Marqués, conserva ese toque salvaje que da la verticalidad de su infinita pared, en contraposición con la benevolencia de la majada que todo lo tiñe de verde, y que nos permite llegar hasta la misma vertical del mirador, en lo que para cualquiera que tenga una mínima condición física no deja de ser un precioso paseo.
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